Se oyen muchas voces, muchas opiniones y muchos consejos de cómo vivir y pasarlo bien. La vida son cuatro días, se suele decir, y hay que aprovecharlos. Y es que detrás de esta frase se esconde un desviar la mirada para otro lado y no afrontar la realidad aunque, en muchos momentos, sea dura y nos exija esfuerzos.
La vida son cuatro días. ¿Es qué ha valido la pena crear el mundo para cuatro días? ¿Es qué merece la pena nacer para pasar miserias y sacrificios para cuatro días? Nuestras propias preguntas nos abren interrogantes que, por sí mismo, responden a lo que buscamos.
Estamos llamados a una vida dichosa y eterna, porque esa es la invitación que Jesús, el Hijo de Dios vivo nos ha revelado. Y nuestras propias inquietudes y aspiraciones también nos descubren esos deseos y anhelos. Pidamos, pues, al Padre Dios que nos de la sabiduría necesaria para ver dónde está la verdad de nuestra propia vida, y el camino que tenemos que tomar.
De nada bailar, comer, beber y pasarlo bien pensando en nosotros, para luego, a los cuatro días, terminar siendo devorados por los buitres. No se trata de no pasarlo bien, pero no convertir de eso un fin sino un medio que necesitamos como humanos, sin dejar de pensar en los demás. Se trata de amar y vivir amando.