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domingo, 12 de febrero de 2012

¡AYUDAME, DIOS MÍO, A DESCUBRIR MI LEPRA!

 (Mc. 1, 40-45). ¡Qué grande fe la de este...

Miro a otros y los descubros leprosos, leprosos del siglo XXI, otra clase de lepra. Porque ahora nuestra lepra no es aquella que va dejando nuestro cuerpo en trozos de carne hasta quedar desnudo y nuestros huesos limpios. ¡No!, nuestra lepra es diferente, porque nuestros tiempos también son diferentes.

Nuestra lepra ahora se viste y engorda. Nuestro cuerpo se adorna, se llena de cremas, se da masajes, se embadurna de perfúmenes y de toda clase de olores que huelen a rosas y dulces fragancias agradables. También se adorna con suaves y hermosas telas que le embellecen y le hacen lucir como hermosas flores y esplendidas apamolas.

Nuestra lepra no es mal vista, ni repudiada. Nuestros leprosos ahora son admirados, ricos y nombrados, elegidos entre los demás, nombrados caballeros, privilegiados... En apariencias no huelen mal y son requeridos por todos. Consumen sin parar alcohol, drogas, fama, sexo, envidias... Prevarican, miente, engañan, explotan, matan... Prohiben vivir a los que no pueden hablar ni defenderse... Son ricos y poderosos.

Pero mientras no descubran su grave lepra no necesitaran acercarse a JESÚS para solicitar ser curados. Nosotros, los enfermos que nos experimentamos así, reconociéndonos leprosos queremos acercarnos a TI, SEÑOR, para pedirte, descubierta nuestra lepra, que nos limpie como a ese enfermo que, sabiéndose leproso, confío en TI y se acercó a que lo limpíaras.

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