Páginas

Páginas

sábado, 11 de mayo de 2013

ENSEÑAME, SEÑOR, A SABER PEDIR



Cuantas peticiones y deseos no realizados ni concedidos. Realmente, ¿me escucha el Señor? Me desconcierta oír que todo le que pida al Padre en su Nombre, me será concedido. Pero, la Palabra de Dios está fuera de toda duda, otra cosa es que nos cueste creérnosla. Como también nos cuesta mantener encendida nuestra fe en Él.

Necesitamos tu fuerza y tu gracia, Dios mío, para mantener encendida nuestra fe. Y esa es nuestra primera petición. Petición que experimentamos, con tu ayuda, vamos consiguiendo. El camino se hace difícil, pero no imposible, pues tenemos tu promesa de que nos será enviado el Paráclito, el Defensor y Él nos guiará para superar todo problema.

Ahora, hemos observado que quizás nosotros no sabemos pedir. O, dicho de otro modo, lo que pedimos no nos beneficia, aunque en apariencias y a primera vista resulte que es lo que nos gustan, pero no lo que nos conviene. ¿No sabe el Padre más que nosotros? ¿Y no sabe lo que realmente necesitamos y nos conviene? Seamos, pues, humildes y obedientes a la Voluntad del Padre, y pidamos que nuestra voluntad sea su Voluntad.

Llénanos, Señor, de la Gracia de saber discernir lo bueno de lo malo; danos la sabiduría de, aunque se nos atragante a primera vista, dejarnos guiar por tu Camino, y no por el nuestro. Invade nuestro corazón de humildad y de sencillez para que nuestra primera intención sea la obediencia a tu Espíritu, a pesar de nuestros proyectos, ideales e intereses.

 Y danos la fuerza de voluntad de doblegar nuestra humanidad carnal a los intereses de este mundo para, desapegados de nuestras apetencias e inclinaciones, seamos capaces de liberarnos de nuestras propias ataduras mundanas y,  olvidados de nosotros mismos, darnos al servicio por amor a los demás. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.