Páginas

Páginas

martes, 14 de abril de 2015

LA ORACIÓN NO ES FÁCIL



Quizás nos parezca fácil orar, o al menos no tan comprometida. Claro, cuando oramos, y lo hacemos personalmente, todo lo que decimos lo podemos incumplir o, al menos, nos nos parece tan comprometedor. No han nadie mirándonos y nos parecerá que nadie nos puede acusar o desvelar. Quizás perdemos de vista que Dios nos ve en todas partes.

Cuando nuestra oración empieza a ser comprometida y tomamos conciencia que hablamos con Alguien que nos oye y vive. Está delante de nosotros aunque no lo percibamos ni oigamos ni le veamos con nuestros ojos. La fe nos lo dice, y nosotros, al menos yo, me esfuerzo en creerlo. Desde esas circunstancias la oración se me antoja muy difícil, porque cada palabra pronunciada exige cumplimiento. Supongo que lo que oyó Nicodemo le dejó perplejo, porque no era solo no entender ese nacer de nuevo, sino, una vez entendido, ¿cómo transformar mi corazón?

La cuestión es más seria de lo que pensamos, y también mucho más difícil. Necesitamos, no solo aprender, sino tener mucho valor y fuerzas para dejarnos transformar. Claro, aquí  tiene mucho que ver el Espíritu Santo. La labor es de Él, pero necesita nuestra libertad. Y ese es nuestro papel, dejarnos empapar y mojar completamente, no sólo un parte, de toda el agua que el Espíritu derrame sobre nosotros. Y una agua difícil de ver, porque como el viento, sopla sin darnos cuenta ni saber de dónde viene.

Por lo verdaderamente importante es confiar. Confiar y tener fe que con Él seremos de verdad transformados. El Señor nos lo ha dicho y nos lo ha enviado para que sea el Espíritu quien nos dé las fuerzas, la sabiduría y la capacidad de transformarnos en verdadero discípulos de Jesús y hacer maravillas como Él. Y empezamos con nuestro Bautismo.

Demos gracias a Dios que nos hace verdadero hermanos de su Hijo, y coherederos con Él, de su Gloria. Pidamos luz, sabiduría y paz para no defraudarle y vivir en su Palabra. Amén.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.