Páginas

Páginas

jueves, 4 de junio de 2015

EL SEÑOR ESTÁ EN TU HERMANO



No es nada fácil demostrarle al Señor nuestro amor y nuestra entrega, porque no lo vemos ni se lo podemos hacer directamente. La única forma es hacerlo en sus hermanos, y sus hermanos son todos los hombres. Por lo tanto, bien nos lo dijo Jesús cuando respondiéndole a aquel escriba le dijo: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos». 

Y esto de amar al prójimo no es fácil. No hace falta ahondar más en esto porque lo experimentamos por nosotros mismos. Incluso dentro de nuestra propia familia. ¡Cuántas familias rotas por enfrentamientos y luchas! ¡Y cuántas amistades enfrentadas por envidias, engaños y venganzas!

No podemos amar al Señor mientras no nos amemos nosotros que nos vemos y convivimos. Sería absurdo decirle al Señor que le amamos mientras mantenemos enemistad y disputas con nuestros hermanos. El Señor nos dejó la prueba máxima del amor, y sólo la superamos en la medida que somos capaces de amar a los hermanos.

Y amar significa estar en actitud de servir, comprender, entrega, disponibilidad, humildad, diálogo, paciencia, perseverancia, escucha, perdón, compañía, alegría, tristeza, silencio…etc. Amar significa vivir en el esfuerzo de esas actitudes ya citadas con la confianza y la fe de que en el Espíritu Santo podremos hacerlo.

Por eso, necesitamos el auxilio del Espíritu de Dios para que con su fuerza podamos vencernos y perfeccionar todas esas actitudes necesarias para amar. Danos, Señor, la fuerza de tu Espíritu para ser fuerte y pacientes ante las dificultades que nos salen al paso y nos desbordan y desesperan rompiendo nuestra paz y nuestros deseos de amar. En Ti, Señor, confiamos y abandonamos. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.