Páginas

Páginas

domingo, 9 de agosto de 2015

SIMPELEMENTE, GRACIAS, SEÑOR



¿Qué puedo decir? ¿Acaso puedo entender lo que Jesús, mi Señor, me ofrece? ¿Y acaso lo merezco? Todo es Gracia suya por su Amor y Misericordia. Cuando tienes la capacidad de asombrarte por tanto bienes recibidos, materiales e espirituales, y de forma inmerecida, porque no eres digno ni de que el Señor te mire, te haya creado y encima quiera salvarte para la vida eterna, te quedas sin palabras.

Tragas nudos y te asombras, y ese poder asombrarte es también Gracia del Señor. Experimentas que tu capacidad es pequeña, pobre y muy limitada. ¡Vaya grandeza la del Señor! Experimentas que el advertir esa presencia del Señor es por su Voluntad y te quedas anonadado, embobecido y sin saber que decir ni que hacer. Simplemente, gracias Señor.

Gracias por quedarte y hacerlo por Amor; gracias por buscarme y esperarme como nos contó tu Hijo Jesús al hablarnos de tu Amor ante aquel hijo prodigo; gracias, sobre todo, por tu Misericordia, porque por ella estoy vivo y tengo la oportunidad de volver a ti. Y gracias, Señor, por encender en mi pobre corazón la llama de tu Amor y de tu presencia, y la chispa de la humildad con la que puedo verte, escucharte y dejarme abrazar por tu encendido Amor y generosidad.

Gracias Señor quedarte bajo las especies de Pan y Vino, y darme la posibilidad de tenerte dentro de mí cada día. Porque, ¿saber?, me esfuerzo, y hasta ahora, después de la vuelta a casa hace ya sobre diez años, no he dejado de visitarte y comer, como Tú me has ofrecido, tu Cuerpo y Sangre, cada día, excepto por enfermedad, viaje o alguna imposibilidad que me lo haya impedido. Tú lo sabes mejor que nadie, pero me gusta decírtelo, tal y como hacen los hijos con los padres.

Bueno, Señor, reitero mis gracias de nuevo, que sé que si tiene algún valor es porque Tú así lo permites, porque hasta el poder amarte es Gracia que Tú nos das. Buenas noches Dios mío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.