Páginas

Páginas

lunes, 5 de octubre de 2015

LA ALEGRÍA DE TENER A QUIEN PEDIR



No cabe duda que el hombre tiene muchas cosas que pedir. Sobre todo aquellas ante las que nada puede hacer. Sus limitaciones le apartan de crecer en santidad y de creer en el Señor. Y también su impotencia le pierde ante el poder de su propia soberbia.

Sí, el hombre, que en muchos momentos se cree fuerte y poderoso, se ha atrevido a hacerse como Dios, y la caído en la tentación del pecado y de su propia condena. Sin embargo, nunca entenderemos ese Amor y Misericordia tan grande que Dios nos tiene para enviar a su propio Hijo a rescatar al hombre de sus propios pecados y a liberarlo de la esclavitud de perder su destino de gozo eterno en la Casa del Padre.

Gracias Señor por darme la oportunidad de poder pedirte que aumentes mi fe; gracias Señor por la posibilidad de discernir y buscar el Camino que tu Hijo, Jesús, nos señala y nos ofrece como perdón para nuestros pecados; gracias Señor por la invitación a llamar para que las puertas de tu Gracia se nos abra y nos transforme nuestro corazón de piedra en un corazón contrito de carne.

Yo quiero, Señor, pedir, buscar y llamar para, por tu Gracia y la acción del Espíritu Santo, ser mejor cada día, servirte y amarte. Y poder hacerlo en el servicio a mis hermanos por la Gracia de tu Amor injertado en mi pobre y humilde corazón. Yo, Señor, no quiero dejar ni un instante de mi vida desaprovechar esa gran oportunidad que Tú me das de pedir, buscar y llamar.

Y quiero que me enseñes, por la Gracia de tu Amor, a pedir lo mejor para mi vida según tu Palabra. A buscar las huellas de tu Camino que verdaderamente me llevan a la Casa del Padre, y a llamar a la puerta de tu Amor para abrirte el mío y dejarme amar intregarmente por el Tuyo. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.