Páginas

Páginas

martes, 13 de octubre de 2015

SEÑOR, QUITA LA APARIENCIA DE MI VIDA



También yo vivo en las apariencias. Creo que nos salvamos muy pocos de poder evitarlo. Quizás no tengamos esa intención, pero sin darnos cuenta caemos en ella. Estamos sujetos al qué dirán, y el respeto humano nos puede muchas veces. Nuestras costumbres y tradiciones muchas veces nos pueden y pasan por encima de lo verdaderamente importante.

Por eso, Señor, hoy te pedimos que nos des la sabiduría de saber sobre ponernos a nuestro respeto humano y a nuestros miedos. Saber discernir qué es lo verdaderamente importante y mantenernos en ello sin miedo y sin respeto por lo que piensen y digan otros. Queremos, no sólo limpiar el vaso de nuestra vida por fuera, sino fundamentalmente por dentro, porque el verdadero valor está dentro de nosotros.

Sí, pensamos que no debemos olvidar las normas externas, pero no de forma rígida ni anteponiéndolas al bien y servicio del hombre. Lo verdadero e importante es lo que se fragua dentro del hombre y, desde ahí se materializa fuera para su bien. Y eso es lo que te pedimos encarecidamente, Señor.

Danos, Señor, la fortaleza de superar y salvar todos aquellos obstáculos que nos impiden cumplir, por encima de tradiciones, con la verdad según tu Palabra. Que sea ella, tu Palabra, la que guíe y conforme los actos de nuestra vida, y que las apariencias no se interpongan para desbaratarlo y adulterarlos.

Somos conscientes de la dificultad que encierra el llevar y vivir la verdad, pero en Ti, Señor, esperamos encontrar la fuerza y el valor de llevarlo a cabo con firmeza y voluntad. Danos la constancia y perseverancia de sostener nuestra vida según tu Verdad, y desterrar las apariencias que tratan de esconderla.

En Ti, Señor, pongo todas mis esperanzas y me abandono en tus brazos, confiado en que mi vida responda cada vez más limpia y nítida reflejando tu Palabra y tu Verdad. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.