Páginas

Páginas

sábado, 16 de enero de 2016

MISERICORDIA, SEÑOR, MISERICORDIA



Posiblemente, muchos experimentemos esa tentación de superioridad de creernos mejores que otros. La diferencia de clases siempre ha estado presente en la vida del hombre. Algunas épocas más acentuadas que otras, pero siempre presente. ¿Pensamos que somos más importantes por proclamarte, por ayudar a los demás a encontrarte o por hacer obras buenas?

Es qué, ¿acaso no estoy pagado con la salvación eterna? ¿Acaso la vida no vale suficiente? Y, ¿por qué razón, el Señor, me tiene que pagar? ¿Acaso me debe algo? ¿No me ha sido regalado todo lo que soy y tengo?

Perdóname, Señor, y ten piedad de mí. Me postro a tus pies y acepto tus silencios, tus tardanzas, tus paciencias, tu voluntad y todo lo que Tú quieras hacer. Incluso, tus ausencias y aparentes indiferencias. Porque, sí, Señor. Tú nada malo puedes hacer, ni tampoco hacerme. Tú eres Amor Eterno, y no puedes dejar de Amar y salvar a los hombres.

Me has creado por Amor, para amar. Dame esa capacidad, sabiduría, paciencia, fuerza, equilibrio y fe para sentirme parte de tu Amor, y con deseos y ganas de amarte, haciéndolo en los hombres y mujeres de mi tiempo. Dame la necesaria humildad de sentirme agradecido y pequeño para servir. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.