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domingo, 26 de junio de 2016

SEGUIR LOS CAMINOS DE JESÚS, PERO A SU MANERA NO A LA NUESTRA



Muchas veces nos olvidamos de que seguir a Jesús es hacerlo como Él quiera y nos manda, no como a nosotros se nos pueda ocurrir o nos guste. No es nada extraño que nos suceda eso, pues en el Evangelio de hoy vemos que Santiago y Juan entendían el seguimiento de otra forma. Ellos estaban dispuesto a responder a aquellos samaritanos, con fuego del cielo, que osaron no acoger a Jesús porque se dirigía a Jerusalén.

Realmente no habían entendido nada. Pero a sí nos ocurre todavía a muchos de nosotros. Confieso que muchas veces experimento esa sensación y deseos de responder con fuego, entiendase la metáfora. El camino de Jesús está marcado por el Amor del Padre que lo envía, y es ese mismo amor el que nos sostiene a nosotros cada instante de nuestra vida. 

De tal modo que si no amamos nosotros también, incluso a nuestros enemigos, no nos hemos, como Santiago y Juan en aquel momento, enterado de nada. Santiago y Juan lo llegaron a comprender, pero nosotros, que seguimos en el camino necesitamos urgentemente comprenderlo. Seguir a Jesús es poner a nuestra espalda todo lo demás. Y todo lo demás son nuestras pesadas piedras llenas de apetencias, apegos, ideas, privilegios, placeres, bienestar, comodidades y egoísmos. Jesús por encima de todo eso.

¡Claro, necesitamos tiempo y lucha diaria a cada instante! Esa es la guerra y la batalla de cada día. Pero no estamos solos. Contamos con la ayuda necesaria y suficiente:  "La Gracia de Dios", que caminando a nuestro lado, en el Espíritu Santo, nos impulsará, nos fortalecerá, encenderá nuestra corazón y nos dará la voluntad necearia para superar todos los obstáculos en cada momento.

Eso nos exige no mirar hacia atrás; eso nos exige sacar el pie que tenemos medio metido en el mundo, y estando en él no dejarnos llevar por él; eso nos exige, estando en el mundo, llevar siempre al Espíritu Santo dentro de nuestro corazón, y, abierto a su Gracia, dejarnos guiar por Él. Eso nos exige alimentarnos con la mayor frecuencia posible del Espíritu de Dios, en la Eucaristía, como buscar con la frecuencia necesaria el perdón de nuestros pecados en la Penitencia,  y del ejercicio diario de la reflexión y oración.

Pidamos esa Gracia para que podamos sostenernos con la debida perseverancia y fortaleza en el verdadero camino de salvación y seguimiento al Señor. Amén.

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