Páginas

Páginas

lunes, 8 de agosto de 2016

POR TU PASIÓN Y MUERTE, SEÑOR, NOS HAS SALVADO EN TU RESURRECCIÓN



Ser hijos de Dios es el privilegio y el honor más grande de este mundo, y también del prometido. Porque siendo hijos de Dios gozaremos eternamente de su presencia y en su plenitud. Por eso, Señor, te doy gracias eternamente porque me aceptas como hijo y me amas como Padre.

Un Padre que me das la herencia, la herencia de tu Gloria y coheredero con tu Hijo Jesús si, injertado en Él, padezco con Él a fin de que también sea glorificados con Él. Y eso lo haces extensivo a todos, porque somos todos hijos tuyo, Padre del Cielo.

Estamos, pues, salvados. Lo deciamos el otro día y, en el Evangelio de ayer domingo, nos lo repite de nuevo el Señor: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc 12,32-48). Y es que el Reino de Dios es el Señor Jesús, que ha venido para, en nombre del Padre, entregarse a una muerte de Cruz, que hoy nos la descubre, para pagar el rescate y librarnos de nuestros pecados y darnos la salvación.

Te damos gracias, Señor, poque no hay privilegio mayor. Te damos gracias, Señor, por el privilegio de darnos la enorme grandeza de ser verdadero hijos tuyos. Te damos gracias Señor por darnos tan alta y grande dignidad. Y te pedimos que nos des la sabiduría y la voluntad para superar todos los obstáculos que nos ayuden a ser digno de tan alto galardón y ser fieles a tu Palabra y Voluntad.

Danos, Señor, la fortaleza de responder a tu Misericordia y Salvación siendo buenos hijos. Hijos que cumplan tus mandatos y tus exigencias de amor, que no es otra cosa que simplemente hacer lo que más nos conviene, que es amar. Porque sólo amando encontraremos esa gozosa felicidad que buscamos desesperadamente y que por tu Misericordia y Bondad encontramos en Ti. Gracias Padre. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.