Páginas

Páginas

martes, 27 de septiembre de 2016

SEÑOR, LO QUE TÚ DIGAS



Lo inmediato es protestar, o buscar defectos y fallos. Lo inmediato es rebelarnos y contradecir tus planes, Señor. Sobre todo si no son de nuestros gustos y nos incomodan. Aquellos samaritanos no te acogieron porque ibas camino de Jerusalén, y, quizás, nosotros dejamos también de acogerte porque nos resulta difícil seguirte y aceptar a los que caminan juntos a mí.

Danos, Señor, la docilidad de obedecerte y de confiar en lo que Tú digas. Dame, Señor, la humildad, como tu Madre María, para guardar las cosas que no entiendo y esperar con paciencia a que Tú las alumbre con tu Espíritu. Danos, Señor, la paciencia de saber esperar y aguardar a que llegue nuestra hora sin dejar de estar ni un momento en tu presencia.

Danos, Señor, la sabiduría de abrir las puertas de nuestros corazones y dejar que Tú entres en ellos y los transformes en corazones de carne, suaves y tierno a la misericordia y al perdón. Límpianos, Señor, de toda venganza y deseos de imponer nuestras voluntades por la fuerza. Y, enséñanos a comprender, perdonar y a amar con misericordia.

Danos las fuerzas de subir contigo a Jerusalén, a esa Jerusalén que es nuestra propia vida y compartirla contigo, ofreciéndotela y poniéndola en tus Manos para que Tú la fortalezca y la impulses a morir por amor y servicio a los demás. Danos, Señor, la luz y la voluntad que necesitamos para cumplir y vivir en tus mandatos sin desesperar ni apurarnos por nuestros fracasos y limitaciones. Que siempre los veamos como ocasiones y oportunidades que nos sirvan para crecer y preparar el momento de nuestra hora.

Te pedimos, Señor, que nos alumbre en los momentos difíciles y oscuros de nuestra propia subida, para que sepamos, como Tú, continuar la marcha sin titubeos y con firmeza, a pesar de que no encontremos la acogida que necesitamos y esperamos. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.