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sábado, 18 de febrero de 2017

¡MUESTRAME TU ROSTRO, SEÑOR!

Yo también, Señor, necesito tu transfiguración. Necesito ver tu Rostro resucitado. No porque no crea, sino porque el camino se me hace duro, pesado, difícil de recorrerlo y me siento débil y vencido por tantas tentaciones que me salen al paso en el camino de mi propio desierto, proponiéndome consumir, satisfacerme y aceptar a sus placeres.

Necesito verte como Pedro, Santiago y Juan, y, aunque no entienda nada, como ellos, experimentar tu Divinidad, tu Pureza y tu Poder. Sentirte Resucitado y cercano a mí. No es, repito, Señor, que no lo crea así, pero, Tú que me conoces, incluso mejor que yo, comprendes mis ansías de sentirme fortalecido animado, acariciado y empujado a seguirte con alegría y gozo.

Sí, necesito tu cercanía, tu Palabra, tu aliento y tu luz, Necesito experimentar tu presencia y alimentarme espiritualmente de tu Cuerpo y tu Sangre. Enséñame, Señor, el camino de bajada y guiame hasta la Jerusalén de mi vida, donde Tú has querido que camine, para en ella soportar mi propia pasión que, añadida a la Tuya, complete lo que Tú has dejado que yo aporte.

Y eso es lo que hoy, junto a todos los hermanos en la fe, y desde este humilde rincón de oración, quiero pedirte. Y hacerlo con fe, convencido de tu escucha y Misericordia; convencido de tu Generosidad  y Amor. Perdona, Señor, mis tribulaciones, mis debilidades, mis pecados y mi débil fe. Nada merezco y, sin embargo, Tú me regalas tu Amor y tu Misericordia para darme la Vida. Y Vida Eterna.

Gracias Señor por todo lo recibido, y por tanto Amor entregado gratuitamente. En Ti pongo todas mis esperanzas, y en tus Manos me abandono. Sólo Tú das sentido a mi vida y alientas mi camino. Y me regalas una Madre, que también acompaña mi camino y me lleva a Ti. Amén.

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