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lunes, 1 de mayo de 2017

LA CLAVE DE LA FE ES PEDIRLA

No podrás comprender el Misterio de Dios, entre otras razones porque tu inteligencia y razón no alcanzan para eso. ¿Qué te has creído? Ahí se esconde tu soberbia significada en el diluvio, Babel, el hombre rico y muchas escenas más. Las escrituras te van revelando que Dios se resiste a los soberbios y se da a los humildes. María es el primer eslabón de esa cadena que queda llena de Gracia por su humildad.

La fe no entra por méritos, ni tampoco por esfuerzos. No podemos alcanzarla ni tampoco merecerla. La fe es pura Gracia de Dios, y como tal hay que suplicarla, pedirla  y esperar postrado ante la Infinita Misericordia de Dios. El creyente nunca puede desanimarse. Siempre estará suplicante, expectante, esperando y paciente. Sabe, humildemente, que no la merece y que todo es regalo y Gracia de Dios. Por lo tanto, no debe ni puede desesperarse, pues no tiene ninguna razón para ello.

Necedad e ignorancia, aquellos que exigen y hasta se rebelan contra el Amor de Dios. Ciegos y necios aquellos que le rechazan y le piden cuentas, y le exigen pruebas y milagros o hechos extraordinarios que les hagan ver y comprender. La fe es pura Gracia de Dios y, como tal, hay que rogarla, pedirla, suplicarla y esperarla pacientemente. Sin desfallecer, sin desanimarse y sin impacientarse.

Eso no significa que nos suceda y nos debilite. Ese es nuestro pecado. Pero, sepamos también que nuestro Padre Dios es Misericordioso y nos perdona y nos acoge. ¿Por qué lo decimos? Porque nos lo ha revelado y comunicado Jesús, el Hijo. Sí, ese que de Él ha recibido la Sabiduría para decirlo, aunque se haya presentado como el Hijo de José, el carpintero, y María, la sencilla y humilde. 

Realmente necesitamos creer en su Palabra e insistir para que, por su Gracia y méritos, Él si la alcanza y por Él la recibimos, nos revista de la Fe y podamos, abiertos nuestros ojos, comprender y entender el Amor de Dios que nos salva por los méritos de su Hijo. Amén.

1 comentario:

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.