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martes, 27 de junio de 2017

UNA PUERTA DIFÍCIL DE ABRIR Y ATRAVESAR

Quizás nuestras palabras vayan más deprisa que nuestras obras. Quizás nuestro camino esté lleno de promesas y palabras más que de obras. La realidad es que es más fácil hablar  que hacer, y más fácil prometer que cumplir. Por eso, no sólo la palabra convence y transforma, sino que son las obras las que terminan por convertir y derrumbar las murallas que otros levantan amparados en las mentiras y falsas promesas. Porque, el testimonio cuando está apoyado en la verdad no admite discusión.

Por eso, no cuesta mucho hablar de la puerta estrecha o ancha. Lo podemos hacer con cierta facilidad, pero lo realmente importante es abrirla. Y digo abrirla, porque aquí de lo que se trata es de entrar por la puerta estrecha, ya que la ancha es fácil y se entra sin esfuerzo. Todo lo contrario, nos llevan en volandas seducido por los placeres y pasiones de este mundo. 

La dificultad está en una sola puerta. Se trata de la estrecha. Ahí está el secreto, porque es esa puerta la que nos abre el camino hacia la plena libertad; hacia la plena verdad y plena felicidad. Pero, la llave para abrirla se esconde en la paciencia y perseverancia; en la confianza y la fe; en el sacrificio y la renuncia; en la misericordia y el perdón; en la comprensión y la escucha; en la entrega y el servicio. Pero, sobre todo, en el amor y la caridad.

Seremos incapaces de abrirla solos y por nuestra cuenta. Necesitamos la oración de petición. Una petición constante, diaria, entregada, dispuesta, perseverante, insistente, disciplinada, confiada, plena de fe y fuerza, y, sobre todo, abandonada en el Espíritu Santo, que nos asiste, nos acompaña y nos fortalece. Sólo así tendremos garantía de éxito. 

Por eso, sin perder un instante, tomémonos virtualmente de la mano y, unidos, elevemos nuestras oraciones al Cielo, suplicando fortaleza, sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad y santo temor de Dios, para que firmes y fortalecidos en el Espíritu de Dios, podamos y seamos capaces de entrar por la puerta estrecha hacia la Casa de Dios. Amén.

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Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.