Páginas

Páginas

miércoles, 30 de agosto de 2017

GRACIAS POR TU MISERICORDIA, SEÑOR

Gracias, Señor, por esa oportunidad que me ofreces sin merecerlo. Gracias, Señor, por esa posibilidad que me das de perdón a pesar de mis culpas y pecados. Gracias, Señor, porque, mereciendo ser condenado, me ofreces tu perdón, rescatándonos con tu Muerte y Resurrección, para darnos la salvación eterna. Por todo eso, Señor, te doy las gracias, que nunca bastarán para alcanzar esa Misericordia que Tú nos das.

Hay momentos que me sobresalto cuando constato esa posibilidad de salvación que Tú, Señor nos ofreces. Porque no lo entiendo ni merecemos tal perdón. Y porque Tú no ganas nada con eso. Lo haces de forma gratuita, y soportas todas nuestras injurias, insultos, blasfemias y pecados con infinita paciencia, respondiendo con verdadero amor y misericordia. 

También, eso me ayuda a reconocer todas mis miserias y pecados, y tu grandeza, Señor. Me llena de esperanza, y no entiendo como muchos te rechazan, el saber que nos salva y que nos preparas un lugar el la Casa de tu Padre. Gracias, Señor. Pero, te pido con mucha insistencia, que nos des la sabiduría y la voluntad necesaria para corresponderte y vivir en tu palabra y verdad.

¡Sálvanos, Señor, de la incoherencia, y danos la virtud de la sinceridad y la verdad! Te rogamos, Señor, que nos llenes de paciencia y perseverancia, para no desistir ante las tentaciones, desalientos y frustraciones que la vida nos deparan, y inundanos de la alegría que se apoya en la esperanza de sabernos salvados por tu Infinita Misericordia.

 Ayúdanos, también, Señor, a ser misericordiosos con nuestros prójimos y a proclamar siempre la verdad de nuestra vida. A no escondernos ni a falsearlas. A presentarnos tal y como somos y a tener la suficiente humildad para reconocernos pecadores y pedir, confiado en tu Misericordia, el perdón de nuestros pecados. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.