Páginas

Páginas

miércoles, 27 de septiembre de 2017

YO TAMBIÉN QUIERSO SER ENVIADO, SEÑOR

No quiero quedarme al margen. Quiero seguirte, y seguirte es alistarme en tu lista, valga la redundancia, para ser también enviado. El problema, Señor, es que no sé qué o cómo hacerlo. Quizás no tenga palabras para expresarme; o quizás no tenga tampoco conocimientos o sabiduría para proclamarte. O, experimente miedo a exponerme delante de otros o confesar mi fe. O muchas más cosas que no descubro, pero que me retienen y me frenan.

Pero, ¡yo quiero, Señor! En muchos otros casos puede ser mi soberbia, mi genio pronto o mi ímpetu incontrolado que me desespera y estropea todo. Son tantas dificultades que termino por borrarme yo mismo de la lista, y me quedo pasivo u olvidado. Cuando leo este Evangelio me quedo algo desilusionado y triste, porque yo quiero contribuir a proclamar tu Evangelio.

Dame, Señor, la sabiduría, no la de este mundo, sino la Tuya, mi Señor. Esa sabiduría de comprender que desde mi lugar, donde Tú me has puesto, puedo proclamar tu Evangelio. Incluso, sin decir palabras, sino con mi paciencia, con mi actitud de disponibilidad con y para aquel que, quizás, me necesite. Con mi entrega a servir, en la medida de mis posibilidades al necesitado. Con mi obediencia y responsabilidad en mis tareas de cada día y tu buen ejemplo de solidaridad apoyada en la verdad y la justicia.

¿Te parece poco? Tu luz alumbrará esa parcela de mundo donde te ha tocado vivir y por donde la vida te lleve. Serás luz con piernas, que se mueve y alumbra el camino por donde desparrama tus servicios, tus atenciones, tus disponibilidades, tus paciencias y esfuerzos en imitar al Señor. Y eso lo harás injertado en el Espíritu Santo. Nunca solo, sino asistido por la fuerza y la acción del Espíritu de Dios.

Por lo tanto, manos a la obra y, unidos todos, pidamos al Señor que nos ilumine, nos llene de sabiduría y de fortaleza para ser luz y testimonio en el camino de nuestras vidas. Amén. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.