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lunes, 30 de octubre de 2017

LA COMPASIÓN DE JESÚS

El amor genera compasión. Una compasión que nace del deseo de buscar el bien y la felicidad de los otros, y, al verlos sufrir nace la compasión. Jesús, el Señor, se compadece de aquella mujer que llevaba dieciocho años encorvada sin poder enderezarse, y al verla así decide curarla. Pero, resulta que otros, en este caso el jefe de la sinagoga, no piensa igual. 

No le gusta lo que hace Jesús y se muestra contrario a su forma de actuar. Él no piensa en aquella mujer, y poco le importa el tiempo que lleva encorvada y lo que sufre. A él sólo le importa la Ley. Y la Ley dice que el sábado no se puede trabajar, ni tampoco curar. Sin embargo, si se permite abrevar a los buey y asnos para remediar y aliviar su sed, pero las personas que sufren tendrán que esperar ser curadas otros días.

En otras palabras, se da prioridad a los animales y se adapta la Ley a ellos, pero no ocurre así con las personas, para los que la Ley está antes que ellos. Se impone el sentido común y el bien de las personas. Sin embargo, poco han cambiado las cosas hasta hoy, porque siguen primando muchas cosas antes que las personas. Los valores se supeditan a la economía, el trabajo, la producción, el poder...etc.

Pidamos que esta Palabra de Dios nos sirva para reflexionar y para sacar conclusiones que nos ayuden a vivir más en consonancia el Evangelio en nuestras vidas. Pidamos que seamos más justo y que demos siempre prioridad el bien de la persona, sobre todo respecto a su salvación eterna. Porque, de nada nos vale ganar este mundo si, luego, perdemos la vida eterna -Mc 8, 36-.

Es una buena ocasión para aprovechar la invitación del Señor a pedir. Pidamos sin miedo y con confianza. El Señor nos escucha y nos atiende, pues es Él el más interesado en salvarnos. Pidámosle que nos dé sabiduría y capacidad para discernir y ser compasivos. Compasivos como Él y lo suficientemente desprendido para darnos en ayudar en la medida de nuestras posibilidades a todos aquellos que podamos llegar y lo necesiten. Pidamos al Señor que nuestra vida, también encorvada, sea enderezada y dirigida por el camino del amor. Amén.

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