Páginas

Páginas

jueves, 16 de noviembre de 2017

SÉ QUE VENDRÁS, SEÑOR

Yo creo firmemente en tu Palabra. Si no mi vida, Señor, quedaría nublada por la desesperanza y la oscuridad. Creo firmemente que vendrás, pero no me preocupa tanto esa hora y momento. Tú me dices hoy que no corra ni vaya detrás, porque verte aquí o allá me será imposible. Más, me orientas a buscarte dentro de mí, porque, realmente Señor, Tú moras dentro de mí, en mi humilde y pobre corazón.

Ahí quiero buscarte, Señor. Y quiero también hacerte un hueco confortable en él, para que Tú mores agradablemente y me llenes de tu paz, tu gozo y alegría. Y me llenes también de fortaleza, porque, como dices en el Evangelio de hoy: antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».

Yo, al estar contigo, también tendré mis propios padecimientos, Señor. Y quiero padecerlo junto a Ti y soportarlos como Tú los soportaste. Quisiera buscar esas fuerzas dentro de mí, que Tú me das y me transmites, para sufrir con paciencia mis adversidades y mi propio camino de cruz. Pero, sabiendo, Señor, que en esos momentos mi juicio se está realizando, porque Tú estás conmigo, y conviertes mi dolor en gozo, alegría y paz.

No cabe duda que siento miedo, y, sobre todo, temo por mis debilidades y por fallarte, Señor. Pero, aún temblando me pongo en tus Manos. No tengo otra, porque, sólo Tú, Señor, me das confianza y paz para abandonarme en tus Manos. Y en Ti confío, Señor. Mi vida cobra sentido cuando está contigo, y mi corazón reboza de júbilo y esperanza cuando te experimenta cerca y siente tus Caricias y tus Palabras que le confortan y le fortalecen.

Gracias, Señor, por quedarte conmigo, y gracias por tu promesa de que volverás a buscarme. Yo me limito a experimentarte dentro de mí y a gozar de tu presencia, y a esperar confiado y firme que, cuando Tú lo decidas, volverás, como me has prometido, en mi búsqueda. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.