Páginas

Páginas

martes, 2 de enero de 2018

ES CUESTIÓN DE PEDIR

Tomemos en serio la sugerencia del Señor. Él nos ha dicho que pidamos y recibiremos -Mt 21, 22- y siempre cumple su Palabra. Luego, no hay ningún problema, pues recibiremos lo que pidamos. Eso sí, comprenderemos que no nos dará nada que nos perjudique, sino todo lo contrario. Nos dará lo que necesitemos para madurar, para crecer y para, sobre todo amar.

Y, en muchos momentos de nuestra vida eso pasará por convertirse en una cruz. ¿No nos ocurre lo mismo respecto a nuestro crecimiento físico y natural? ¿No nacemos con dolor y sufrimiento tanto de nosotros, que lo expresamos con llantos, como de nuestras propias madres? ¿No nos cuesta sudor y sacrificio progresar, formarnos y prepararnos para enfrentarnos con la vida?

Nuestro Padre del Cielo nos dará todo lo que necesitemos para, en cada momento, superar y soportar los sacrificios, los dolores, así como también saber contener las alegrías y emociones. Tendremos que pasar por un camino de cruz, tal y como Él lo pasó también. Porque, ese camino es el que nos forjará y nos preparará para darnos y sacrificarnos por los demás. 

Y eso no es sino corresponder a lo que Jesús hace por nosotros a cada instante. Porque, no mereciéndonos ser amados, Él nos ama. Quizás, por eso nos pide que experimentemos nosotros lo que supone amar a los que no merecen ser amados. Es decir, perdonar aunque no merezcan ese perdón. ¿No somos nosotros perdonados y salvados por la Misericordia de Dios? Eso lo explica todo.

Pidamos sabiduría para entenderlo y para ser, como Juan Bautista, testimonio de ese perdón y misericordia que Dios quiere que demos y experimentemos con los demás. Pidamos llenarnos de paciencia, fortaleza y esperanza, para, soportando las adversidades y disfrutando las alegría, tengamos siempre presente y claro que Jesús, el Señor, es nuestro Salvador y Redentor. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.