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jueves, 5 de abril de 2018

¿CREES QUE JESÚS PUEDE DARTE LA ETERNIDAD?

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No tengas miedo ni te asuste. Cree en Jesús y confía que Él puede darte la eternidad. Primero, porque, Él ha Resucitado y es, por lo tanto, Eterno. Y puede darte esa Vida Eterna a ti también. No tengas miedo y créelo. No te asuste porque no lo entiendas. Él sabe de tus limitaciones e ignorancias, y sólo te exige que confíes en Él.

Igual les pasó a los apóstoles. No entendía nada y Jesús tuvo que mostrarse en su Naturaleza humana, para que comprendieran que era una Persona, tal y como ellos le habían conocido. Por eso, les invita a que le toquen y a comer, para que perciban su humanidad. También, a ti y a mí nos mostrará su rostro y nos abrirá nuestras mentes para que entendamos. Eso hizo con los apóstoles, les explicó todo lo que estaba escrito y tenía que suceder, y le dio luz para que pudieran entenderlo.

¿Por qué no lo hizo con los sumos sacerdotes o con los romanos? Tendría sentido presentarse delante de Pilatos y darle ahora razones, ¿no? No es ese el plan de Dios. Jesús se presenta a aquellos que han creído en Él. A aquellos que, aunque le han dejado solo por miedo, le habían seguido y estaban dispuestos a seguirle. Jesús se le aparece para darle ánimos, para fortalecerle su fe, para afirmarla y para llenarles de sabiduría y fortaleza para emprender el camino de la pascua de cada uno.

También lo hace contigo si crees en Él. No importa tus pecados y tus miedos, Él te confortará, te dará aliento y fortaleza para que sigas adelante. Aumentará tu fe y te llenará de sabiduría para que, en el Espíritu Santo, transmitas a los demás la buena Noticia de salvación. Porque, también el Señor quiere que todos tengan la oportunidad de conocerla y creerla.

Simplemente, llénate de humildad, reconoce tu pequeñez y ábrete a la Gracia del Espíritu Santo. Todo lo demás vendrá por añadidura. Pues, todo lo hace Dios. Tú y yo somos simplemente humildes instrumentos abiertos a su Gracia, que sólo tenemos una misión, obedecerle y poner en sus Manos esa libertad que Él nos ha dado. Eso es lo que Dios te pide silenciosamente, y no moverá un dedo ante tu elección. Seamos, pues, sumisos a su Palabra y obedientes a su llamada. Amén.

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