Páginas

Páginas

sábado, 2 de junio de 2018

UN DIOS INCONMENSURABLE Y TRINO

Resultado de imagen de Mc 11,27-33
Después de mucho tiempo y camino descubro, Señor, que eres tan inmenso que nunca podré entenderte. Mi asombro y descubrimiento es el haberme dado cuenta de que por eso eres realmente mi Dios. Un Dios único, inaccesible, insondable, misterio, inefable, inalcanzable e incomprensible. Eres eterna plenitud de gozo y alegría, y es que no podías, ni tampoco imaginarme, que fueras de otra forma.

¿Cómo puede valerme un Dios limitado, al que, mi también limitada y pobre persona, puede alcanzar y llegar a comprender? No sería un Dios grande, ni poderoso, ni tampoco absoluto. Sería un dios reconocible y hasta razonable que supone la existencia de otros dioses. Tú, Señor eres único y omnipotente. Un Dios creador y dueño de todo lo visible e invisible. 

Un Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios amor que crea al hombre, tu criatura, a tu imagen y semejanza, y que, habiendo pecado contra Ti, te abajas, te encarnas en naturaleza humana y, haciéndote Hombre como tu criatura, entregas tu Vida para darle al hombre la oportunidad de que pueda compartir la suya contigo. Un Dios todo amor y misericordia.

Dios mío, no hay un acto de amor más grande que el que Tú, mi Dios, haces por el hombre. Entregas a tu Hijo para, por sus méritos, perdonar mis pecados. No se puede expresar más amor ni dar más. También, yo, Señor quiero darme en amor y, para ello, necesito de Ti. Soy pobre y limitado, sin embargo, esa pobreza me salva y me llena de dicha, porque, precisamente, Tú lo has dicho, "vienes a salvar a los pobres". 

Sí, Padre, quiero ser pobre como tu Hijo Jesús, que no tenía donde reclinar su cabeza, y abandonarme en él para permitirle al Espíritu Santo que me asista, que me auxilie, que me transforme, me guíe y me conduzca al Padre. Gracias, Señor, en tus Manos me abandono. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.