Páginas

Páginas

domingo, 29 de julio de 2018

UN CORAZÓN SEMEJANTE AL TUYO

Resultado de imagen de Jn 6,1-15
Conocemos nuestra miseria y el pecado de nuestro corazón. No podemos liberarnos de las apetencias de nuestro corazón materializado, humanizado, contagiado de pecados, de intereses materialistas, económicos, egoístas, que buscan su propio beneficio o que no puede evitar dar sin esperar recibir. Un corazón dado al trueque, al intercambio, a amar a cambio de algo. Esa es nuestra historia. Diferente en cada uno, pero muy parecidas en lo esencial en todos. Por eso, tú como también yo, nos confesamos pecadores.

Ahora, el camino de conversión empieza cuando estamos dispuestos a arrepentirnos. O, por decirlo de otra forma, a iniciar el sufrido camino de dolor y arrepentimiento abajándonos humildemente hasta el dolor contrito de presentarle nuestras miserias y pecados. Ahí, aunque iniciamos el primer paso, estamos en el camino de desnudarnos ante el Señor y dejar que Él nos alimente, comparta su Cuerpo y Sangre, bajo las especies de pan y vino, con nosotros y empiece la transformación de nuestro corazón humano y psíquico en un nuevo corazón espiritual semejante al suyo.

No nos daremos cuenta ni sabremos, como sucede con la semilla en la tierra, como se irá gestando esos frutos nuevos y buenos en nuestro corazón, pero se irán gestando. La Gracia de Dios hace que tú y yo seamos capaces de darnos y ofrecer nuestra miseria, esos pocos panes y peces, que creíamos nuestro gran tesoro, a todos aquellos que verdaderamente lo necesiten. No se trata de desaprovechar nada y menos derrochar, sino de compartir con equidad y a quien realmente está necesitado.

Y no se trata de alimentos materiales sino también, y quizás más importante, espirituales. Porque, lo espiritual transforma nuestra visión respecto a lo material y, nuestro corazón, apegado se suaviza y convierte en un corazón desprendido y generoso. Pidamos esa Gracia, pero hagámoslo poniéndonos en Manos del Señor. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.