Páginas

Páginas

lunes, 10 de diciembre de 2018

PERDONA MIS PECADOS, SEÑOR

Resultado de imagen de Lc 5,17-26
A veces dudo yo también. Mi naturaleza humana, débil y frágil, no escapa a la tribulación y el diablo se aprovecha de mi debilidad para tentarme y confundirme. Tiene mucha ventaja sobre mí y el mundo está en su mano para seducirme y engañarme. Me siento perdido si me quedo solo y te necesito, Dios mío, para la lucha de cada día.

Aumenta mi fe y dame la humildad y sabiduría para saberme pecador y experimentarme perdonado por tu Infinita Misericordia. Dame también la conciencia de pecado y que no relaje mi conciencia laxamente perdiendo la conciencia de pecado y considerando que todo lo que hago está bien. Dame, Señor, el conocimiento de no querer para otros lo que no quiero para mí y aplicar la justicia tanto a mi vida como a la vida de los demás.

Se me hace difícil en muchos momentos descubrir mis pecados de omisión. Quizás el miedo a perder mi fácil vida o mi confort establecido me tienta a no ver pecado donde a lo mejor lo hay. Es fácil confundirme y quedarme quieto, cómodo y bien instalado. Sacúdeme, Señor, y despierta mi naturaleza cómoda, dormida y acomodada. Fortalece mi voluntad e infunde dentro de mí ese espíritu decidido, comprometido, solidario y generoso a entregarme a servir y aliviar en la medida de mis fuerzas a los que sufren.

Es eso lo que me gustaría y quiero, pero mi naturaleza, mis egos, mis satisfacciones, mis apegos y apetencias me lo impiden. Necesito fuerza, generosidad, desprendimiento e impulso que superen todas mis perezas y acomodamientos, y una conciencia de pecado que me levante y me infunda dolor de contrición y deseos inmensos de arrepentimiento, para, postrados ante Ti, Señor, presentarte todas mis parálisis y acoger con suficiente humildad tu perdón. Eso te pido desde este rincón de oración con todas mis fuerzas. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.