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sábado, 10 de agosto de 2019

MORIR PARA VIVIR

Resultado de imagen de Jn 12,24-26
En alguna ocasión he pensado que el morir no tiene sentido. Es decir, nacer para luego sufrir con la muerte parece algo fatalista y sin mucho sentido. Pensar que eso viene de la Mano de un Dios que definimos como Amor y Misericordia menos se puede comprender. De modo que ante esa realidad de la muerte te quedas algo perplejo y confuso.

Sin embargo, por la Gracia de Dios, el Espíritu Santo te va iluminando y aclarando su significado. Poco a poco empieza a comprender que la muerte es la semilla de la verdadera vida. Porque, primero tendrás que demostrar tu amor, para luego ganarte la confianza y el amor de los demás. Sabido es que el primer contacto es de puro tanteo en un clima de conservación y desconfianza. 

Primero tendrás que pasar la prueba o examen para luego alcanzar el premio prometido. San Juan de la Cruz habla de que al atardecer de la vida nos examinaran del amor. Porque, esa es la consecuencia fundamental de tu esencia de libertad. Eres libre y en consecuencia responsable de tu elección de vivir para ti o de vivir para los demás. Dependiendo de lo escogido tu vida sera salvada o condenada. 

Las palabras sobran y necesitarás demostrarlo, pues las palabras se las lleva el viento y son las obras las que garantizan tu palabra. Por lo tanto, tienes dos camino:, o te entregas a ti mismo de manera egoísta, o te das, por amor, al servicio de los demás. Esa es la elección. Seguir a Xto. Jesús nos lleva a decir el camino elegido, el de la vida o la muerte. El de morir para dar frutos o el de vivir para perder la verdadera vida. 

Esa fue la opción que Jesús planteó al joven rico y a tantos otros. Y también la que te plantea a ti y a mí. Jesús no quiere medias tintas no componendas. O estás con Él o contra Él. No se puede servir a dos señores nos dice, porque al final sucederá que dejas a uno para servir al otro. Está claro, seguirte, Señor, me exigirá morir a mis egoísmos y entregarme, por amor, a servir a los demás injertado en Ti. Gracias, Señor, en tus Manos me abandono. Amén.

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