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lunes, 19 de agosto de 2019

NUESTRAS CONDICIONES A LA LLAMADA DEL SEÑOR

Resultado de imagen de Mt 19,16-22
Uno de nuestro primeros pasos es reflexionar a ver que condiciones ponemos a la llamada del Señor. Podemos preguntarnos si realmente tengo mi corazón abierto y disponible para lo que Dios me va poniendo delante o le pongo condiciones a lo que me invita a realizar. Porque, me puedo engañar con mucha facilidad. Mientras yo creo que el servicio que tengo que hacer es el que yo descubro, y que realmente es bueno, quizás Dios haya pensado otra cosa de mí.

¿Quién me ha dado las cualidades que tengo? ¿Y quién mejor que Dios sabe para qué y en dónde tengo que emplearlas? Por lo tanto, no soy yo, tal como pensó el joven rico, quien tiene que decidir sobre la herencia, la riqueza o las cualidades que yo tengo donde las debo poner al servicio de los demás, sino que será el Señor quien me irá indicándome el camino, el lugar y la forma de aplicarlas.

Quizás, por eso, no vemos los frutos que desearíamos ver, porque cultivas donde a ti te parece, pero no donde Dios quieres que cultives y la tierra especifica que quieres que cultives. A ese respecto conozco a muchas personas que, dentro de la Iglesia, darían un gran testimonio que realmente hace falta, pero ellas no lo ven así y ni lo hacen fuera ni en otro lugar. Y, donde se empeñan darlo no fructifica. Creo que no lo hacen mal, no soy nadie para juzgar, pero me pregunto si realmente dan su amor donde Dios quiere que lo haga.

Es la pregunta del millón y la que posiblemente quería preguntarle aquel joven rico al Señor. También yo y todos los que quieran podemos preguntársela al Señor. ¿Estoy realmente, Señor, dándome y entregándome donde realmente Tú, Dios mío, me llamas? ¿Estoy dando servicio a todo lo que Tú, Dios mío, me has dado donde realmente Tú quieres? ¿O lo hago según a mí me parece que debo hacerlo.

Y la más difícil e importante, ¿estoy dispuesto a dejarlo todo para ponerme en el lugar y la actitud que Tú, Señor, me has señalado y destinado como mi misión? Ayúdame, Señor, a través de tu Espíritu a discernir y encontrar respuesta a ese interrogante que angustia mi corazón, y dame la capacidad, la fortaleza y la sabiduría para responderla. Amén.

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