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miércoles, 30 de octubre de 2019

GRACIA, SEÑOR, POR TU AMOR

Resultado de imagen de Lc 13,22-30
Mi salvación está garantizada a pesar de lo difícil que presupone la tarea de salvación. Está asegurada por tengo la Promesa y la Palabra de Jesús, el Hijo de Dios Vivo, que, precisamente, ha venido a este mundo, encarnado en Naturaleza Humana, para salvarme. Está garantizada, digo, porque, Tú, Señor, estás presente en mi vida y me acompañas en la lucha de cada día contra las fuerzas del mal y del pecado que me arrastran y que me quieren someter. Esa es mi garantía y mi seguridad.

Yo, Señor, quiero abrirte mi corazón para que tu Espíritu more en él y lo transforme en un corazón suave, tierno y disponible para amar a tu estilo y a tu manera. Sé, Señor, que estando contigo mi victoria es segura. Sin embargo, aunque sé que mi victoria depende de Ti, también sé, porque Tú me lo has dicho, que has querido hacerme partícipe de ella y dejar en mis humildes manos la decisión de elegir entrar por la puerta estrecha, a la que Tú me invitas hoy en el Evangelio, o no escucharte ni a hacerte caso y elegir la puerta ancha y espaciosa, por donde, aparentemente, se entra más cómodo y de manera fácil.

Yo quiero aceptar y tomar tu invitación, Señor, pero, humildemente quiero ponerme en tus misericordiosas Manos para, asistido por tu Espíritu, hacerme fuerte en mis debilidades y superar las seductoras tentaciones y las malas inclinaciones que me asedian en el acontecer de cada día. Dame, pues, Señor, el don del santo temor de, por mis debilidades, pueda fallarte y defraudarte, y, alejado de Ti ,y viviendo en la mentira e injusticia, me pierda y endurezca mi corazón por el pecado.

Y, seducido por el Maligno termine en sus manos y en el lugar donde será el llanto y rechinar de dientes. La vida, Señor, nunca la puedo convertir en un cálculo matemático de probalidades de salvación, porque la salvación ya la tenemos ganada por tu inmerecido Amor, que, entregando tu preciosísima Vida, las has dado por mí. La vida, Señor, mi vida, la tengo que entregar cada día, por donde tendré, no una vez, sino cada instante de mi vida, que entrar por la puerta estrecha. Para ello, Señor, cuento Contigo. Amén.

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