Páginas

Páginas

miércoles, 22 de abril de 2020

EL VALOR DE CADA HORA

Juan 3, 16-21 | Sagrada Escritura | Evangelio del dia, Dios y 1 de ...
El día se compone de horas, y las horas de minutos y los minutos de segundos. Cada segundo, pues, es un instante, y la suma de muchos instantes dar como resultado un día, los días una semana y la semanas un mes. La suma de doce meses conforma un año y muchos años van construyendo toda una vida. Que durará lo que tenga que durar, pero que su resultado será la capacidad de amor que esa vida dé en todo su recorrido de instantes.

Confieso que me da miedo pensar que los instantes de mi vida pasan en balde. O dicho de otro modo, hay muchos instantes de mi vida en los que no amo y no me pongo en disponibilidad de servicio. O mejor, no estoy atento, activo, expectante, disponible y deseoso de entrar en servicio gratuito por alguien necesitado. Y los necesitados son los pobres. Porque, ser pobre es carecer de muchas necesidades.

Y cada vez que vivo esos mis instantes me interrogo, me inquieto, me atormento e incluso me entristezco. Y eso me tienta con el desespero, el autoengaño y la justificación. Es un drama cuando descubre ese interrogatorio dentro de tu corazón. Es un drama que te das cuenta que tu felicidad pasa por tu propia negación, por tu despojo y por tu servicio gratuito en favor de los demás, sobre todo los pobres. ¡Dios mío, dame fuerzas para amar en ese sentido!

Si Tú, mi Señor, has venido al mundo para salvarme, te pido ahora, en este instante, que me hagas cada día, porque, también tengo miedo de atragantarme, un poquito más amor. Un amor servicial, paciente, humilde, entregado, suave, amoroso, dócil y siempre en actitud de construir y amar. Sobre todo a los que más lo necesiten, porque sean pequeños, ignorantes, necesitados, pobres, excluidos, marginados...etc. Esos que Tú prefieres y que me vas a señalar al final de mi vida. Porque, es en ellos donde Tú te encuentras. Gracias Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.