Páginas

Páginas

miércoles, 29 de septiembre de 2021

LOS ÁNGELES, MENSAJEROS DE DIOS

 

No son de cuentos de hadas, ni figuras imaginarias que nos han sido contadas de niño. Tampoco leyendas. Son seres espirituales creados por Dios por una libre decisión de su voluntad divina. Son seres inmortales, dotados de inteligencia y voluntad. La misión de los ángeles es amar, servir y dar gloria a Dios, ser sus mensajeros, cuidar y ayudar a los hombres. Ellos están constantemente en la presencia de Dios, atentos a sus órdenes, orando, adorando, vigilando, alabando a Dios y pregonando sus perfecciones. Son mediadores, custodios, protectores y ministros de la justicia divina.

Sirva esta introducción tomada de - Catholic.net - para dejar sentado la importancia y presencia de los ángeles en nuestra vida. Y también este testimonio que puede respaldar más nuestro comentario: San Juan XXIII, el "Papa bueno", cómo le llamaba la gente, comentó en cierta ocasión: «Siempre que tengo que afrontar una entrevista difícil, le digo a mi ángel de la guarda: Ve tú primero, ponte de acuerdo con el ángel de la guarda de mi interlocutor y prepara el terreno. Es un medio extraordinario, aún en aquellos encuentros más temidos o inciertos...».

Los ángeles participan en nuestra vida, nos acompañan, nos asisten y nos cuidan. Posiblemente, si te paras y revisas tu vida descubrirás muchos momentos en que los ángeles han intervenido en tu vida para orientarte, para avisarte y para abrirte los ojos y no caigas en el peligro. Han sido enviados para recordarnos que también nosotros somos hijos de Dios, aunque diferentes, con cuerpo y alma. Es decir, materia y espíritu. Pero, hijos también. Y Dios nos conoces y nos llama.

Pidamos y digamos con Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Y abramos nuestro corazón para recibir la Gracia de, como Natanael, y ver a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del Hombre. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.