Comienzo la semana de preparación a Pentecostés. Me acompaña María, como un día hizo con los discípulos en el Cenáculo. Ella sostiene mi fe en Jesús y me enseña a esperar y a vivir el Evangelio, a no extrañarme de las señales que van a aparecer en la vida, a no tener miedo de los acontecimientos que no entiendo.
María me da su mano y me guía en el camino de la fe. Me motiva a tener gestos concretos a favor de los últimos. De ella aprendo a confiar en la presencia del Señor, que siempre está y camina conmigo. Con ella rezo: Cuando los miedos llaman a mi puerta, Señor, y salgo contigo a abrir, no encuentro a nadie. Tu Espíritu, Señor, me hace fuerte en la debilidad y llena de confianza mi temeroso corazón. Gracias, Señor. Amén.
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Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.