Hazte consciente de que formas parte de un pueblo de caminantes que buscan al Señor. Escucha las pisadas de tantos hombres y mujeres que, también hoy, sienten dentro el deseo del agua viva y se ponen en camino. El Espíritu te empuja a caminar con los ojos abiertos, con los oídos abiertos, con las manos abiertas para compartir y los pies en camino para acompañar. María, peregrina de la fe, alienta tus pasos. San José te acompaña y te protege.
En silencio, repaso mi jornada y no hay mucho para sentirme orgulloso, sin embargo siento tu mirada tan cercana… Pones paz en mi corazón y en mis deseos, esperanza. “Abre las manos”, me dices, y yo las llenaré de gracia. ¡Qué alegría, Señor! ¡Gracias por la gratuidad de tu amor! Amén.
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Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.