Es Navidad y miro al Niño. Lo veo indefenso, peregrino y me encuentro guardado en sus pupilas santas, en su alma inmensa, de Dios. Tan sagrada. Y comprendo que los miedos son pasajeros. De rodillas, descubro una melodía guardada en mi alma. Navidad en mis pies de barro, en mis ojos ingenuos, en mi voz tan queda. Navidad en mis vínculos hondos, en los lazos que entrelazan mi alma, en las campanas que repican en lo profundo de mi vida, para que no esté solo.
Es Navidad. Por eso no quiero dejar de soñar con un mundo mejor del que hoy tengo entre mis manos. Con una vida más plena y sagrada. Con un corazón más puro y grande del que tengo. Con una sonrisa amplia que ilumine las noches más oscuras. Con un corazón capaz de asombrarse cada día. Capaz de creer en lo imposible. Amén.
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