¡Señor, desde mi pequeñez me complazco en mirarte y eso me da una gran paz y un gran consuelo! ¡Qué bien me siento contigo, Señor! ¡Ayúdame a descubrirme verdaderamente, a aceptarme en mi realidad, a soportar mis inseguridades y mis miedos, a superar mis caídas, mis faltas y mis tantos fracasos, a levantarme cuando parece que nada tiene solución, a seguir avanzando cogido de tu mano, a no mirar atrás sino siempre con mirada firme y esperanzada hacia adelante, a empezar cada día con las fuerzas renovadas y con el impulso del Espíritu Santo! ¡Tu eres mi roca, Señor, y el agua que me sacia la sed de cada día! ¡Señor, derriba los muros que cercan mi corazón y ayúdame a salirme de mi mismo para encontrarte en la Pascua con un corazón nuevo, un corazón alegre, un corazón repleto de vida! Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.