Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». Contestaron todos: «Sea crucificado». Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. (Mateo 27,22 y 26) Cuantas veces no he sido yo el que he gritado “crucifícalo” con mis pecados. Muchas veces te he olvidado, te he traicionado, he olvidado las cosas maravillosas que has hecho en mi vida y he preferido darte la espalda y te he dejado solo. Pienso en esas veces que he preferido a Barrabás, las muchas veces que antes de hacer el bien he elegido ese mal que no nos hace felices. No quiero recordarlo con tristeza, sino con el propósito de no seguir haciéndolo, o por lo menos de ser cada vez más conscientes de mi debilidad.
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Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.