Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. (Juan 19,41-42) ¿La muerte puede retener la vida? ¿La piedra puede detener para siempre el poder del amor victorioso? Terrible silencio de la Palabra eterna, un poder a punto de desprenderse de la Palabra de la nueva creación. En la colina cercana a Jerusalén, el nuevo mundo, como en el vientre de una madre, se prepara para el nacimiento, llevando en la carne del Hijo abandonado la materia del mundo, resucitado en el Resucitado. Contigo, el deseo se convirtió esperanza, y la esperanza anticipaba el futuro prometido. ¡Ven, Señor Jesús!
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