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viernes, 13 de enero de 2012

BENDITA MISERICORDIA, PADRE MÍO

LA MISERICORDIA DE DIOS ES PARA TODOS. (Lucas 15:1-10)

Sí, así es Mauricio, desde el principio, antes de los tiempos, DIOS nos ha perdonado y nos perdona cada día nuestras soberbias, nuestras impurezas y pecados. Por eso nos ha dado la capacidad de poder discernir y elegir el perdón o mantenernos en nuestra soberbia y orgullo. Esa es la frontera del bien o del mal.

Y es muy penoso que muchas personas, no estando de acuerdo en criterios o formas de ver las cosas, es decir, teniendo puntos de vistas diferentes, pero buscando lo mismo, la verdad en JESÚS, se sientan en pecado por disputas, en ese diálogo que busca verdad, justicia y misericordia, porque sin ella no somos nada. Experimenté esa sensación al vivir esa experiencia desde la serenidad y la paz, aunque, aparentemente, reluzca tensión y enfado.

No se trata de buscar justificaciones y disculpas, sólo que, aun admitiendo cierta tensión y acaloramiento, la intención no es romper ni enfadarse con el hermano, sólo, con buena intención, buscar lo mejor para el grupo o comunidad. Pablo y Bernabé tuvieron que coger caminos divergentes para evangelizar, pero unidos en JESÚS y en el amor. A veces las características personales hacen que conjugar la misma labor juntos no sea lo mejor para el equipo, pero cada uno por separado puede hacer una labor favorable para la comunidad y para el Reino.

Por lo tanto, siempre estamos perdonados como enfatizaba nuestro gran y buen amigo Mauricio. Y no aceptar ese perdón es ya cosa que nos compete a cada uno de nosotros. JESÚS que sabe que eso es lo más valioso para el hombre y lo que más desea, aún ignorándolo, hizo la prueba a sabienda de que los presentes no iban a comprenderlo. Presentado el paralítico con la intención de ser sanado físicamente, JESÚS, con la autoridad que le viene de su PADRE DIOS, le ofrece el perdón de sus pecados. Y ya sabemos la reacción de todos los presentes.

No entienden ni dan valor a sus palabras; valoran más lo visible, lo material, la cura de la enfermedad que unos pecados que no aceptan ni quieren ver. No dan crédito a sus Palabras, ni lo aceptan con poder para perdonar. Si no es capaz de curar lo físico, ¿cómo va a sanar el alma, a liberarla del pecado? Sólo una cosa puede hacerles comprender la otra. Pero, a veces, las razón se ciega e incluso viendo, niega.

La Misericordia de JESÚS llega hasta el punto de verse obligado a sanar el cuerpo para que empiecen a valorar la salud, más importante, del alma. Pero quiere pasar inadvertido, no sea que lo busquen sólo para los intereses corporales olvidándose de lo verdadermante importante, la salud del alma. Por eso advierte que no digan nada a nadie.

Puede ocurrirnos también a nosotros, que actuando mal perdamos la confianza de ser perdonados. ¡Siempre, no perdamos esto de vista, siempre estamos perdonados! Aunque esto no implica ni nos exime del esfuerzo por mejorar y arrepentirnos. Cuesta abajarse y verse, como si de una película se tratara, poseído por la ira que desencadena el pecado, pero tranquiliza saber que la Misericordia del SEÑOR está siempre presta a perdonar. Más tarde vendrá el esfuerzo de corresponder a ese perdón.

Pidamos fuerza, sabiduría y paz para que siempre, aún en los momentos más desesperantes, encontrar la salida de la serenidad, de la esperanza y confiar, como Pedro, que el perdón de nuestro PADRE DIOS, sin rencor, olvidándose de todo y, borrón y cuenta nueva, está con los brazos abiertos para abrazarnos y llenarnos de besos. Recordar la figura de ese PADRE que espera a su hijo y lo dibuja en el horizonte (hijo prodigo) nos ayudará a entender de que manera nos quiere nuestro PADRE DIOS.

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