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martes, 18 de marzo de 2014

LA CRUZ DE CADA DÍA



Al despertarme empieza mi lucha. La pereza de levantarme despierta mi conciencia y la avisa de que la lucha del nuevo día ha empezado. Descubro que los descompromisos son leña que la avivan, mientras que cuando el compromiso se hace presenta la pereza huye avergonzada. Por eso es bueno comprometerse aunque mi otro yo no le guste hacerlo.

Pero luego me asaltan mis otros yo que tratan de desviarme, de despertar en mí la conciencia de mi orgullo, de mi suficiencia, de mi vanidad y ego´simos. La guerra, declarada desde que mis ojos despiertan, se hace cada momento más intensa, más fuerte y más dura hasta el punto de parecerme imposible presentarle batalla. Sólo me quedas Tú Señor que sé que estás ahí y esperas mi llamada, mi oración, mi diálogo...

Y a Ti recurro Señor, y pronto, no podría explicarlo porque no tiene explicación, la brisa se hace presente y la paz sosiega mi espíritu. Tranquilo y sereno dispongo mi herido cuerpo a alabarte y bendecirte. Todo a mi derredor se hace oración, desde un simple arreglo de cama hasta servir y prepararme el desayuno. Todos mis torpes movimientos son ofrecidos desde mi pobreza en alabanza a Ti Dios mío. Y mis humildes reflexiones brotan de mis labios como dictadas por tu Espíritu de Sabiduría.

Y se hace de nuevo el milagro de cada día. En la humildad y sencillez, escondiendo mi pobreza en la Tuya, mi Señor, mi empobrecido cuerpo y mi humilde alma van tomando tu Fuerza y tu Gracia para desde lo más hondo de mi humilde rincón darte gracias por esforzarme vivir en tu presencia y entre los hombres, sin que yo sea visto y Tú seas mi única carta de presentación.

Experimento tu Gracia y tu presencia Señor y eso esconde todas mis presuntuosas acciones  y pecados.

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