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miércoles, 24 de septiembre de 2014

TENEMOS LA RUTA BIEN DEFINIDA



No nos ha dejado el Señor huérfanos de misión. Nos ha marcado el camino bien claro. Otra cosa es la dificultad que encierra el romper nuestra propia cárcel y liberarnos para realizar la misión encomendada. Misión que no es otra que la de proclamar  el Reino de Dios y de curar a los enfermos.

Desde ese mandato descubrimos dos aspectos, al menos yo observo y descubro en este momento. Primero, proclamar implica conocer y vivir lo proclamado. No podemos proclamar la verdad si nosotros nadamos a dos aguas, entre la verdad y la mentira. No podemos proclamar el Reino de Dios, si nosotros vivimos en otro mundo alejado del que Dios nos invita y ofrece. Sería absurda y disparatada nuestra proclamación, pues decimos lo que no vivimos.

Y segundo, la necesidad de curar implica buscar y descubrir al enfermo. Y yo primero necesito experimentar esa necesidad de ser curado para luego, por el poder del Espíritu Santo, darme en esperanza y sanación, por la Gracia de Dios, a aquellos que buscan y piden la curación. Nunca demandará curación aquel que no experimenta la enfermedad. Es condición primera descubrir tu enfermedad para luego pedir y esperar ser curado.

Y no hay mejor receta y medicina que la de la oración. Recemos para que llenos de la Gracia de Dios vivamos en la esperanza de ser sanados y, por su Gracia, contagiar y sanar la alegría y la esperanza de experimentarnos salvados por y en el Médico que cura y salva. Amén.

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