Páginas

Páginas

domingo, 18 de septiembre de 2016

¿QUÉ HABITA EN TU CORAZON?



No te engañes. Tú sabes lo que huele en tu corazón y lo que ansías y buscas. Pero también sabes lo que está bien y lo que no lo está. ¿Acaso se te esconde que robar está mal? Pero te gusta y disimulas, y, apegado a tus apetencias y egoísmos, tratas de engañarte y, demagógicamente, convencerte. Intentas justificar lo que es injustificable y distorsionar la realidad. Te auto engañas.

Pero, también es cierto que no puedes cambiar lo que habita dentro de tu corazón. Ese tufo a mal y a egoísmo es superior a tu fuerza. Recuerdas que venimos manchados por el pecado original, y limpiarlo por nosotros mismos no podemos. Necesitamos la Gracia del Bautismo para hacernos una buena limpieza, Pero luego necesitamos tener un mantenimiento y, con los sacramentos, sostener esa limpieza iniciada en el Bautismo.

Jesús no viene para recordarnos simplemente eso, sino para darnos esa Vida de la Gracia que necesitamos para sostenernos limpios. Eso sí, necesitamos encender todas nuestras luces y poner nuestra astucia al cien por cien. No vaya a ser que los hijos de las tinieblas nos engañen y nos pierdan. Y eso pasa por no separarnos del redil. Recuerda cuando Jesús nos habla de la oveja perdida y de la necesidad de estar a buen recaudo en el redil.

La Iglesia es nuestra casa y en ella podemos estar bien protegidos. Eso pasa por injertarnos en la comunidad parroquial, colaborando y participando. Revisa tus cualidades y dones, quizás tienes algunos enterrados que puedas desenterrar y poner a beneficio de todos. Administra bien todo lo que se te ha dado y no guardes nada para ti. Eso es también morir y darte a los demás.

Pidamos esa fuerza y sabiduría para ser astutos en y con la evangelización. Primero la nuestra, la propia, y luego con la de los demás. Porque nadie puede dar lo que no tiene. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.