Páginas

Páginas

martes, 23 de abril de 2019

ABRAMOS NUESTRO OÍDOS Y NUESTROS OJOS

Resultado de imagen de Jn 20,11-18
Posiblemente nuestros oídos y nuestros ojos permanecen cerrados. Cerrados por tanto ruido y tanta oscuridad que este mundo nos ofrece. Hay demasiada algarabía que no nos deja pensar ni casi tomar conciencia que existimos. Tendremos que tocarnos, pararnos y mirarnos interiormente para darnos cuenta que estamos vivos. Porque, el mundo nos distrae, nos duerme y nos da todo comido sin apenas dejarnos pensar.

Despertemos y hagamos un poco de silencio en nuestras vidas para poder activar nuestros oídos y abrir nuestros ojos para ver lo que tenemos delante. Escuchemos la Palabra de Dios que nos busca y nos llama y orientemos nuestros oídos para escuchar su voz. Cristo Vive. Nos lo han anunciado las mujeres ayer según leíamos en el Evangelio, y hoy nos lo anuncia María Magdalena después de un encuentro real con Él.

Posiblemente, nosotros permanecemos dormidos y aletargados de tanto espejismos que este mundo nos ofrece. Abramos nuestros oídos y nuestros ojos para escuchar y ver la presencia del Señor, pues ha Resucitado. Salgamos a su encuentro sin perdida de tiempo, pues nuestro tiempo en este mundo es limitado, tiene sus horas contadas y se nos pueden ir sin darnos cuenta. Alguien, el demonio, está interesado en que sigamos adormilados, sumidos en la distracción y que sigamos con los oídos y ojos cerrados.

Pidamos despertar y caminemos hacia la Luz con confianza, pues Dios es nuestro Padre y ha entregado a su Hijo, nuestro Señor Jesús, para que entregando su vida nos libre del pecado y podamos alcanzar la Vida Eterna junto al Padre. 

Dios es nuestro Padre y nos ama gratuitamente y sin condiciones. Hagamos lo que hagamos, y decidamos lo que decidamos, Jesús ha Resucitado para acompañarnos en ese camino hacia la Casa del Padre. Nos lo ha dicho claramente: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.