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lunes, 22 de abril de 2019

UN ENCUENTRO VERDADERO CON JESÚS NO NOS DEJA IGUAL

Resultado de imagen de Mt 28,8-15
Me imagino a aquellas mujeres corriendo despavoridas desde el sepulcro hacia el encuentro con los apóstoles. Irían atemorizadas y gozosas. Una mezcla de emoción, de desespero y de alegría. No sabría exactamente como definirlo, pero me parece que aquellos momentos son inenarrables. Encontrarse el sepulcro vacío y con el Señor es algo que no nos cabe en el corazón. Es el anuncio de la Resurrección y eso no se puede guardar sin anunciarlo. ¡Dios mío, resistir la presencia del Señor es Gracia de Dios! Porque, sin su Gracia no podemos soportar su presencia.

No es nuestro caso, nos podemos decir nosotros. Incluso, posiblemente podemos alegar, ¡si a mí se me apareciera! Pues, lo creas o no, a ti también se te aparece. No sé de qué forma, pero se te aparece. Y te doy algunas razones en las que creo. Primero, Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos y anunciarnos su entrega voluntaria hasta el extremos de morir por nosotros. Y lo ha hecho. Acabamos en estos días, estamos celebrando la octava de Pascua, de vivirlo y actualizar esa Muerte de Cruz.

Y, segundo, si ha enviado a su Hijo para anunciarnos el Amor de su Padre y su Anuncio de Salvación, sería absurdo que no te dijera algo personalmente. Sale a tu encuentro y te anuncia que ha Resucitado, y te envía a que tú se lo anuncies a los que no lo saben, o lo ignoran o lo rechazan. Igual que aquellas mujeres que fueron a visitarle, también a ti te toca y te anuncia que ha Resucitado.

Ahora, necesita tu interés. Necesita tu ansias de búsqueda. Necesita tu proximidad y cercanía para poder hablarte y dejarse ver. Aquellas mujeres se acercaron a su sepulcro. La pregunta es: ¿Te acercas tú también a Él? Posiblemente no lo hagamos y será eso lo que tenemos que pedirle. Señor, despierta en mí esa inquietud, esa necesidad de fiarme de tu Palabra. Dame Señor esa sed de salir a tu encuentro y de anhelar tu presencia y dejarme llevar a tu presencia. Derrumba, Señor, esas murallas que he levantado en mi corazón y no me deja salir a tu encuentro y responder a tu llamada. Dame, Señor, el don de la fe. Amén.

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