Páginas

Páginas

miércoles, 17 de abril de 2019

¡MÁNTENME SIEMPRE CERCA DE TI, SEÑOR!


Resultado de imagen de Mt 26,14-25
La experiencia nos dice que cuando uno se aleja de sus amigos les pierde la pista y hasta se olvida de ellos. A pesar de que los recuerde en el tiempo, ya hasta sus caras se han desdibujados en su mente y el tiempo va borrando hasta las huellas que han quedado en su corazón. 

Algo así ocurre con Dios. Sin darnos cuenta nos vamos alejando de su presencia en nuestros corazones y entregándonos a las seducciones de este mundo. Eso fue lo que sucedió con Judas y con otros que, con otras miras tienen sus corazones más en el mundo que en Dios. Solemos, y tenemos que tener mucho cuidado, fabricarnos nuestro singular y particular dios a nuestra manera y según nuestras apetencias. Y nos sorprende que nos presente otros planes u otro Dios diferente al que queremos nosotros.

Entonces, nos resistimos a aceptarlo y levantamos barreras para justificar nuestra resistencia. Es la actuación de Judas, que, posiblemente, esté más cerca de nosotros que lo que nos pensamos. Por eso, pidamos con humildad e insistencia que, por su Gracia y Misericordia, nos mantengamos siempre en tu presencia, Señor. Danos esa sabiduría, temple, mansedumbre y humildad para abrirnos a tu Gracia y dejarnos empapar de tu Palabra y de la caridad de tu Corazón.

Queremos perseverar y sostenernos fieles a tu Palabra. No queremos, a pesar de nuestras debilidades, de nuestras confusiones, de nuestros egoísmos, ambiciones y proyectos separarnos de Ti. Sé que podemos caer en tentación y que nuestra naturaleza, tocada por el pecado, nos puede traicionar. 

Pero, Señor, sabemos de tu Amor y queremos como a Pedro, a Tomás y tantos otros nos llega tu Gracia y podamos recapacitar, tener la suficiente paciencia y madurez para soportar la tentación, superar la soberbia y, llenos de humildad postrarnos ante tu Amorosa Misericordia. Danos, Señor, esa Gracia. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.