Páginas

Páginas

sábado, 20 de julio de 2019

¡INJERTADOS EN TU ESPÍRITU, SEÑOR!

Resultado de imagen de Mt 12,14-21
No podemos obviar nuestra naturaleza humana. Es necesario aceptarnos tal y como somos, porque, así Dios nos ha creado y así nos quiere. Negarnos sería rechazar su obra y revelarnos contra su Voluntad. Él sabe la medida de nuestra capacidad y así nos ha creado y así nos ha salvado.

Es verdad que estamos inmerso en un mundo lleno de peligros. Mundo,demonio y carne nos presentan batalla cada día y nos amenazan con derrotarnos si nos desprendemos del Espíritu Santo, que, permaneciendo en Él, nos garantiza la victoria. Porque, el mal ha sido vencido en la Cruz de nuestro Señor. Nuestra victoria está garantizada sin lugar a duda. Sólo tendremos que confiar en el Señor y creer en Él. La fe es nuestra tabla de salvación.

Ahora, quizás estés preguntándote: luego, ¿por qué Dios permite entonces el mal? La respuesta es muy sencilla, porque lo necesitas para despertar y abrir los ojos y probar tu fe. En el tiempo que las cosas ruedan a tu favor todo se torna dulce, hermoso y no hay problemas. Tanto, que te olvidas hasta del Señor. Son los tiempos de escasez y de sacrificio los que humillan tu alma y levanta tus ojos para, humildemente, implorar ayuda a Dios. Por eso, la única manera de probar tu fe es resistiéndote y perseverando en los momentos difíciles de tu vida.

Pero, el mal no cuenta ya. Está vencido desde que Jesús abrazó voluntariamente su muerte en la Cruz. Esa misma cruz que te pide que abrases tú y yo. Porque, al abrazarla venceremos rotundamente el mal. Detrás de la cruz encontramos la Vida Eterna. Ese es el reto y el camino de cada día. No perdamos la confianza y segamos al Señor sin titubeos y con firmeza. Al mismo tiempo que caminamos en esa confianza y sin perder de vista al Señor, pidámosle que nuestra voluntad y fortaleza sea firme y que no desfallezcamos. No hay que tener miedo, pues la victoria ya ha sido ganada por el Señor. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.