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miércoles, 16 de diciembre de 2020

DISIPA, SEÑOR, LAS DUDAS DE MI CORAZÓN


Soy consciente de que las dudas me acompañan toda mi vida. La fe no puede venir por mí mismo. Es superior a mi razón y entendimiento porque está por encima de mi capacidad intelectiva. Cuando te fías te arriesgas a creer sin saber ni ver. Es como lanzarse al abismo sin red ni ninguna protección. Creer es abandonarme en las manos del Señor.

De cualquier forma, la fe la podemos razonar y hay una y mil razón para, al menos, creer. Creer en Alguien que ha creado el mundo y que ha encendido la llama - en mi corazón -  del deseo de felicidad y eternidad. Creer es experimentar que dentro de ti hay un deseo - corazón - que busca amar y que goza cuando realmente ama. Un amor que arde en deseos de buscar el bien del ser amado, y un amor que se afana en darse en servicio y generosidad. Un amor que experimenta más alegría y felicidad en dar que en recibir.

Pero, a pesar de todo, necesitamos ver y experimentar para creer. Y eso solo lo puedes recibir de tu Padre Dios. Sin embargo, eres libres, por su Gracia, y eso esconde una responsabilidad que te exige dar un paso, tal es el de fiarte y abrirte, a pesar de tus dudas a la Gracia de Dios.

Esa es, precisamente, la fe que Dios te pide y que, en la medida que te corresponde tu corazón se iluminará con su Gracia. Cerremos nuestros ojos y, abierto nuestro corazón, pidamos al Señor esa fe que necesitamos para sostenernos firmes en su presencia y abiertos a su Palabra. Amén.

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