Me abro a la presencia de Dios, presente en los acontecimientos de mi vida de cada día. No trato de interpretarlos con mis razonamientos. Todo lo que sucede encierra un misterio dentro.
En silencio puedo encontrar el sentido y el mensaje que esconden y, a la luz del Espíritu, percibir una llamada a la conversión, a entregar la vida.
Jesús es el viñador que está dispuesto a hacer todo lo posible para que dé fruto. Dios me cura a base de amor.
Dios mío, entra en mi vida y limpia mi corazón. Toca mi vida, una vez más, con tu misericordia, que se me pasan los días y los plazos y no nacen los brotes en mi higuera. Ensancha mi corazón para acoger la compasión. Conviérteme a ti, Señor. Amén.
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Compartir es abrirte, hablar de lo que piensas y conoces. Si lo haces, te descubres, y animas al otro a hacer lo mismo. En ese diálogo salta el encuentro y el conocimiento mutuo, y así puede, con mucha caridad, nacer la confianza y el respeto por el otro. Es la mejor manera de vivir y de poner en practica la Voluntad de Dios.