Didier Rimaud |
"Despojado de toda distracción y riqueza. Sólo desde la humildad de nuestro corazón, junto a María, llegará nuestra oración al PADRE".
Didier Rimaud |
John Henry Newman |
Jesús mío: ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya;
inunda mi alma con tu espíritu y tu vida;
llena todo mi ser y toma de él posesión
de tal manera que mi vida no sea en adelante
sino una irradiación de la tuya.
Quédate en mi corazón en una unión tan íntima
que quienes tengan contacto conmigo
puedan sentir en mí tu presencia;
y que al mirarme olviden que yo existo
y no piensen sino en Ti.
Quédate conmigo.
Así podré convertirme en luz para los otros.
Esa luz, oh Jesús, vendrá toda de Ti;
ni uno solo de sus rayos será mío.
Te serviré apenas de instrumento
para que Tú ilumines a las almas a través de mí.
Déjame alabarte en la forma que te es más agradable:
llevando mi lámpara encendida para disipar las sombras
en el camino de otras almas.
Déjame predicar tu nombre sin palabras…
Con mi ejemplo, con mi fuerza de atracción
con la sobrenatural influencia de mis obras,
con la fuerza evidente del amor que mi corazón siente por Ti.
Pierre Teilhard de Chardin S.J. |
“¡Te necesito, Señor!,
porque sin Ti mi vida se seca.
Quiero encontrarte en la oración,
en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio
se sitúa de frente a mí, ante Ti.
¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque
que protege con sus hojas los latidos escondidos
de todos sus inquilinos.
¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
En el reencuentro con tu perdón,
en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.
¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos;
en la necesidad del pobre
y en el amor de mis amigos;
en la sonrisa de un niño
y en el ruido de la muchedumbre.
¡Tengo que verte!
Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí,
en mi trabajo y mi descanso
y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo”.
Partiendo de nuestras propias imperfecciones reconocemos y sabemos que alcanzar la perfección nos es imposible. Un ser imperfecto nunca puede llegar a ser perfecto. Por tanto, la meta de nuestra perfección será poner todo nuestro esfuerzo en amar. Porque, el amor es la máxima expresión de la perfección. Dios es Amor y Dios es la absoluta perfección. De modo que, en la medida de que nuestro esfuerzo vaya en esa dirección - amar - estamos caminando a ser perfectos por la Gracia de Dios.
Es evidente que, amar al estilo de Jesús, nuestro modelo de perfección, es imposible para nosotros si contamos con nuestras propias fuerzas. Pero, si nos ponemos en sus Manos y nos abrimos a la acción de su Espíritu, que, previamente hemos recibido en nuestro bautismo, estamos seguros de lograrlo. Porque, no seremos nosotros por nuestro méritos, sino que será la acción del Espíritu Santo en nosotros.
Indudablemente, todo es Gracia de Dios, pero, somos nosotros - también por Voluntad de Dios- los que tenemos la libertad y la llave de nuestros corazones para abrirlos a su Palabra y a su Voluntad. En cierta manera, Dios ha querido dejar la decisión de salvarnos en nuestras manos. Obedecemos, creemos en su Palabra y ponemos todo nuestro esfuerzo en seguirle, o, optamos por rechazarlo y seguir nuestros proyectos y búsqueda por nuestra propia cuenta. Sin lugar a duda, el camino a tomar dependerá de nuestra voluntad.
Pidamos al Señor que nos abra la mente, que nos dé la sabiduría de discernir buscando siempre la verdad. Porque, es la Verdad la que nos hará plenamente libres para discernir bien y encontrar el verdadero y único camino que nos conduce a la plena y auténtica perfección: Amar como nos ama nuestro Padre Dios. Amén.
El camino necesita renovarse, alimentarse y llenarse de esperanza. De no hacerlo, caemos en el ostracismo, la desidia, la pereza y las tentaciones que nos abaten y no invitan a abandonarnos y a desfallecer. El camino está lleno de dudas y vacilaciones que nos tientan e invitan a pararnos y establecernos en la comodidad y en la seguridad. Caminar cansa e incómoda y nos somete a riesgos e inseguridades. Mejor pararnos y no arriesgarnos.
Es obvio encontrar tropiezos, equivocarnos, sufrir tentaciones y cometer pecados. De no suceder esto estaríamos hablando de un camino falso que no se corresponde con la realidad de nuestra vida. El dolor y el sufrimiento están presentes en todo camino. Por eso, siempre será mejor recorrerlo bien acompañado que solo. Y, la mejor compañía es la de Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y yendo a su lado encontraremos siempre el camino correcto y bueno.
Con toda seguridad que en muchos momentos de nuestra vida encontraremos momentos de tabor. Esos momentos donde experimentamos la presencia del Señor cerca de nosotros o en circunstancias que, a través de otros, nos topamos con el Señor. Él, sobre todo si lo buscamos, se nos hace presente en muchos acontecimientos, por sencillos que sean, de nuestro diario vivir. Solo necesitamos estar atentos y vigilantes.
Pidamos con confianza e insistencia esa Gracia de saber, experimentar y descubrir esos momentos de nuestra vida donde el Señor nos habla, nos para y nos llama a contemplarle, a descubrirle y a animarnos para que, a pesar de las debilidades, tentaciones, inseguridades, riesgos y pecados, nos sostengamos firmes, erguidos y animados a seguir adelante. Amén.
No podemos comprender como se puede amar al enemigo. La causa de todo conflicto, violencia y guerra nace del odio y venganza al enemigo que nos asedia, nos molesta y nos destruye. Precisamente, Jesús muere voluntariamente crucificado en la cruz por aquellos que piensan de forma diferente y quieren imponer su ley y sus métodos. Entrega su Vida por amor, y de la misma forma nos lo pide a nosotros. Si queremos seguirle tendremos que estar dispuesto a morir por amor.
Y, por amor, nos comprometemos también a amar - valga la redundancia - a nuestros enemigos tal y como nos lo dice nuestro Señor: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Ese es el camino que nos señala y nos marca nuestro Señor. Camino de amor universal. No un amor interesado, concreto y circunscrito a un ambiente determinado - familiar, amigos, piensan como nosotros - sino abierto a todos sin condiciones, sobre todo a aquellos que están enfrentados con nuestro estilo de vida y con nuestra fe.
Y, conscientes de esa gran dificultad, recurrimos a Ti, Señor, para que nos oriente, nos señale y, con tu Gracia, podamos doblegar nuestro egoísmo, nuestra soberbia y nuestros desamores y amar como Tú, Señor, nos has enseñado y nos indica. Amén.
Es bueno y muy necesario reconocer la dificultad de amar. Se hace cuesta arriba y casi imposible amar a tu enemigo hasta el punto que con tus propias fuerzas te es imposible. Nuestra razón no entiende cómo puedes amar a tu enemigo, al que piensa diferente a ti y, encima, te hace mal y busca destruirte.
Sin lugar a duda, esa imposibilidad de nuestra parte pone de manifiesto la necesidad y el concurso del Espíritu Santo, que nos auxilia, nos fortalece y nos orienta.
Indudablemente, solo no podemos lograrlo nunca. Y, quedarnos con nuestras solas fuerzas significaría quedarnos en un simple y mero cumplimiento. Es el ejemplo que Jesús nos pone hoy refiriéndose a los escribas y fariseos.
Necesitamos la Gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo para poder luchar contra nosotros mismos y vencer nuestro propio egoísmo, nuestra soberbia y, humillándonos al Amor de Dios, amar al enemigo y al que nos hace mal.
Por eso, Señor, desde aquí, este rincón de oración, te pedimos una vez más tu Gracia para, por la acción del Espíritu Santo, vivir cada día más en tu Amor misericordioso.