Pablo ya lo había expresado: "Hago lo que no quiero, y dejo de hacer lo que quiero". Algo así nos sucede a muchos de nosotros: Hacemos lo que no queremos, y dejamos de hacer aquello que nos gustaría hacer. Creo que eso es lo que a todos nos gustaría: Hacer las cosas bien, justas y honestas, pero nos traiciona nuestra ambición y egoísmo.
Eso es lo que suele ocurrirnos cuando, por nuestra pereza y debilidad, dejamos de hacer algo que creíamos que deberíamos de hacer. Pasado unos segundos, y tomar conciencia que no hemos superados nuestros temores y debilidades, reaccionamos justificándonos y distorsionando la realidad para encontrar acomodo a nuestras disculpas y justificaciones.
Me siento culpable y asumo mi culpa de pecador. No soy digno, Señor, de merecer tu misericordia y tu perdón, y menos el gozo y la felicidad de tu Amor. Trátame Señor como un esclavo, como un siervo que se contenta con los desperdicios que caen de la mesa de su Señor.
Perdona, Dios mío, mi soberbia, mi orgullo, mi presuntuosa fachada altanera y prepotente. Cambia mi osadía de aparentar ser cuando no soy, e inúndame de la humildad de reconocer lo que verdaderamente soy y de querer cambiar según tu Voluntad.