Creo y pienso, Señor, que Tú me das esa fe que te pido, pero que yo no la sé recibir o impido que llegue a mí. Y lo digo, porque Tú, Señor, eres el amigo que nunca falla. Casualmente, hoy me han dado una estampa con la figura del corazón de Jesús y que por detrás dice: Enséñame, Señor, a ser dulce y delicado en todos los acontecimientos de la vida, en los desagrados, en la inconsideración de otros, en la insinceridad de aquellos en quienes confiaba, en la falta de fidelidad de aquellos en quienes yo descansaba.
Déjame que yo me ponga a un lado, para pensar en la felicidad de otros, que oculte mis penillas y mis angustias para que así sea yo el único en sufrir sus efectos. Enséñame a aprovecharme del sufrimiento que se me presenta en mi camino. Déjame que lo use de tal manera que sirva para suavizarme, no para endurecerme ni amargarme; de modo que me haga paciente, no irritable; generoso en mi perdón, no mezquino, altivo e insufrible.
Que nunca alguien sea menos bueno por haber percibido mi influencia. Que nadie sea menos puro, menos veraz, menos bondadoso, menos digno, por haber sido mi compañero de camino en nuestra jornada hacia la Vida Eterna. En tanto que voy dando vueltas de una distracción a otra, déjame susurrar de rato en rato una palabra de amor a Ti. Que yo viva mi vida en lo sobrenatural, llena de energía para el bien y vigorosa en su empeño de santidad.
Enséñanos, esto ya lo digo yo, a saber posponer todo aquello que cerca de nosotros nos interrumpa nuestro camino hacia Ti, porque Tú tienes que ser lo primero en nuestras vidas y lo primero significa que todo lo demás, padre, madre, hermano, hermana, suegro, nuera y todas las cosas del mundo están después de Ti. Tú, Señor, eres nuestro primer Amor y en Ti descansa y se apoya nuestra vida. Aumenta nuestra fe para que siempre te sigamos como la primera opción y centro de nuestro corazón. Como el Tesoro más grande de nuestra vida. Amén.