Mi humanidad me hace bajar mi cabeza a las cosas del mundo. Estoy atado a ellas por mis pecados. Mis inclinaciones son terrenales, llenas de soberbia, egoísmos, pasiones y envidias. Me cuesta mucho levantar la mirada y purificarla. Como la serpiente me siento arrastrado a las cosas de este mundo. ¡Y sólo Tú, Señor, puedes liberarme!
Eso es lo que mis labios ahora expresan: ¡Sostén mi mirada levantada, Señor, y no dejes que se recree en las cosas de este mundo! Porque todo lo de aquí abajo es caduco y efímero. Nada tiene valor y todo es perecedero. ¿Qué gozo y alegría voy a conseguir en las cosas de este mundo cuando son efímeras y caducas? Tener la mirada hacia este mundo es mi mayor error, Señor. Te ruego que me ayudes a levantarla y mirar hacia lo alto. Porque, sólo en lo alto está la Verdad y la alegría de vivir en paz eternamente.
Dame, Señor, la capacidad de experimentar lo espiritual y de encadenarme a las cosas de aquí abajo. Dame la sabiduría de mirar por encima de estas cosas terrenales que apega mi corazón y lo esclaviza. Dame la virtud de buscarte en las alturas y de escuchar la Voz del Padre que te envía a manifestar el único y verdadero Camino, Verdad y Vida.
Son muchos los caminos que se nos presentan en este mundo, pero son caminos que esconden la mentira y se nos presentan como espejismos seductores que, atrapados, nos enseñan sus garras y su maldad. Por eso necesitamos mantener la mirada erguida, firme, levantada y dispuesta, para asirnos, por la Gracia de Dios, de los peligros de este mundo caduco y engañoso.
Pidamos al Padre esa Gracia, para que siguiendo firmemente los pasos del Hijo, y escuchando su Palabra, seamos capaces, en el Espíritu Santo, alcanzar el único y verdadero Camino que nos conduce a la Casa del Padre. Amén.