Aquellos soldados se han quedado admirados. Ellos habían oido hablar a mucha gente en el templo, pero nadie había hablado como Jesús. Sus Palabras desprendía admiración y sus obras asombro. Hablaba con una autoridad diferente a todos. A nadie habían oido enseñar como lo hacía Jesús.
Les sorprenden sus milagros, su forma de tratar a la gente, sobre todo su acogida a los publicanos, enfermos, leprosos, pecadores y, de manera especial, a los más necesitados. Su caridad y su delicadeza con todos sorprende y deja admirado a todos. No recuerdan a nadie que enseñe de esa forma. Su amor desprende una autoridad que les deja asombrados e incapaces de volverse contra Él.
Su forma de hablar con ese amor manifiesto les desborda y les llama intensamente la atención. No habían visto nada igual. Sus Palabras reveladoras del Dios del que se siente enviado sorprende y deja a todos en un estado de asombro. También yo, Señor, quiero dejarme asombrar por tus enseñanzas y tus Palabras. Tú eres mi Dios y en Ti creo firmemente, a pesar de mis horas de tribulación, de dudas y de oscuridades.
Tú, Señor, eres la respuesta a todos mis interrogantes. Y no porque quiera darle una respuesta para descansar en ella, sino porque encuentran eco en mi atormentado corazón y le dan gozo y satisfacción a su búsqueda y a sus afanes. Tú, Señor, me hablas de lo que yo busco y quiero. Tú, Señor, sabes que es lo que mi corazón desea y de eso me hablas y me enseñas el camino.
Gracias, Señor, porque tu Palabra me transmite paz, serenidad, gozo y esperanza. Gracias, Señor, porque tu caridad y enseñanza me permiten encontrar sentido a mi vida y caminar con esperanza y alegría. Gracias, Señor, porque todos mis sufrimientos y adversidades descansan apoyados en esa paz y serenidad que tus Palabras producen en mi pobre y atormentado corazón suavizándolo y tranquilizándolo. amén.